Los pasajeros los miraban con asombro. Leo Ramírez, Sebastien Ricci y Héctor Retamal habían tomado el último avión, o casi el último, hacia un destino del que probablemente todos querían huir: Wuhan, el epicentro de un peligroso virus en la provincia china de Hubei.
«Es la cobertura más fuerte que he hecho desde que estoy en la AFP», hace 10 años, dijo el videasta Leo Ramírez. Estar en el corazón de la historia del coronavirus, que ya ha causado más de 350 muertes y cerca de 16,500 casos de contagio, representó el reto de saber contar lo que estaba pasando y «al mismo tiempo no contagiarte (…) Sabes que te tienes que cuidar pero no sabes de qué cuidarte y cómo cuidarte».
«Cada minuto me preguntaba si me dolía la garganta. Si quieres toser lo reprimes por miedo a que te estigmaticen».
«Piensas, que no tosa, que no estornude, que el guante no esté roto, y te acuerdas de la persona que te estornudo en la chaqueta”, dijo por teléfono, unas horas después de aterrizar en el sur de Francia, repatriado a bordo de un Airbus 340 militar con unos 200 franceses.
Ramírez y los otros dos colegas de la AFP fueron el único equipo de periodistas de una agencia de noticias internacional de Occidente que estuvo durante ocho días en esta aislada ciudad.
Leo, el coordinador de la cobertura de video en China, es un fornido videasta de 32 años que tiene una amplia experiencia de una década haciendo periodismo en su país natal, Venezuela, y en otros lugares de América Latina.
Igual que Ramírez, el fotógrafo chileno Héctor Retamal, de 44 años, llegó a esta difícil misión con una larga trayectoria detrás. Entre sus coberturas más importantes está la epidemia de cólera que azotó a Haití, donde el fotoperiodista pasó una larga temporada en 2010 y el rescate de los 33 mineros en Chile. Actualmente está basado en Shanghái.
Sebastien Ricci es un periodista de 38 años que lleva casi una década viviendo en Pekín, después de haber explorado lugares como el Kurdistán, Afganistán, Irán y Corea del Norte.
El jueves 23 de enero a las 10 am, cuando Wuhan y la provincia que le rodea acaban de ser aislados del mundo, el trío abordó uno de los últimos vuelos para llegar hasta esa ciudad de 11 milllones de habitantes. Estaba prohibido salir, pero aún se podía entrar. Contra toda lógica que llevaba a la gente a huir de la metrópoli industrial a orillas del río Yangtsé, los periodistas lo único que querían era llegar a ella.
Los pocos pasajeros del avión, «me miraron con asombro», dice Sebastien Ricci. «Había menos de 30 personas en el vuelo. Me recordó mis primeros viajes a Corea del Norte. Las azafatas traían tapabocas. Todos se miraban sospechosamente. Los chinos que estaban a bordo iban a reunirse con sus familias».
En la víspera del Año Nuevo chino, la fiesta más importante del gigante asiático, el equipo de AFP encontró un pueblo fantasma.
Durante una semana, cada día los periodistas salieron a pie del hotel desierto para recorrer las calles también vacías. Tenían la esperanza de contar la historia de la vida cotidiana de estos chinos aislados del mundo.
Había que «contar esta historia que no se puede ver, la historia de un virus».
La noticia estaba en las imágenes, muy a menudo eran hospitales, filmados desde el exterior e incluso también en el interior, farmacias, centros comerciales vacíos o las simples ventanas cerradas y los habitantes encerrados.
Sin embargo, de manera sorprendente para China, «la gente venía a hablar con nosotros», dice Sebastien.
«Vimos hospitales abarrotados, gente esperando dos días para ser examinada, residentes nerviosos y la policía, que normalmente nos habría prohibido trabajar cerca de los hospitales, demasiado ocupada en otros lugares».
«La gente venían directamente a contarnos lo que estaba pasando, querían llevarme adentro del hospital a mostrarme como la gente estaba esperando», dijo Retamal.
El último día, Ramírez, que había salido con Retamal para un último recorrido por la ciudad, llamó urgentemente a Sebastien, que se había quedado en el hotel para terminar un artículo. «Toma una bicicleta y ven, ahora», le dijo sin más explicación.
En la carretera, no lejos de un hospital, yacía el cuerpo de un hombre al que nadie se acercaba.
«Nunca podremos comprobar si murió por el virus. Pero en un país como China, un hombre abandonado durante dos horas en la acera a 50 metros de la entrada de un hospital fue algo realmente significativo», dice Sebastien.
Los policías se agitaban alrededor sin atreverse a tocar a esa persona inmóvil, con su tapabocas blanco aún puesto en la cara. Al final los oficiales se lo llevaron.
Después de esta perturbante escena, y de ver a una ambulancia llevando a una anciana en una camilla, Leo, Sebastien y Héctor tuvieron que pasar por una prueba que se había convertido en un ritual: pasar por un control de temperatura para poder entrar al hotel.
Cada vez que sucedía «tenía miedo del resultado», dice Ramírez. «Cuando ves que el termómetro no pasa de 36,5, respiras. Una vez que el termómetro marcó 37,6, una, dos, tres veces, todo el hotel vino a verlo. Estaba muy asustado… Buscaron un termómetro de mercurio clásico. Era sólo el dispositivo que estaba funcionando mal».
En medio de lo que debería haber sido una semana alegre y festiva, Leo Ramírez, Sebastien Ricci y Héctor Retamal también tuvieron un gran encuentro en la víspera del Año Nuevo chino.
Pen Lixing y Wang Yangong, una pareja que no pudo recibir a su hijo debido a la cuarentena en la ciudad, los invitaron a pasar la festividad. Los anfitriones pusieron la mesa y prepararon una cena de lujo “para los extranjeros que llegaban de lejos”, dice Sebastien. «Para nuestra sorpresa, se alegraron mucho de recibirnos», sin temor a un posible contagio.
«Pero no queríamos ni plantearnos correr el riesgo de contaminarlos. Nos quedamos una hora, nos dejamos puestas las máscaras y luego nos ofrecieron té. No queríamos ofenderlos y tenían que insistir en que bebiéramos, porque no queríamos quitarnos los tapabocas para no ponerlos en peligro».
Los tres periodistas subieron el viernes a bordo de un A 340 que los llevó de vuelta a Francia, aprovechando una evacuación organizada por las autoridades francesas. En un aeropuerto vacío se les había dado previamente un billete sin número de vuelo ni destino. «Cita en tierra desconocida», dice Sebastien Ricci que pensó en ese momento. Algunos pasajeros dijeron irónicamente que se iban a un «campamento de verano».
Sebastien aún no ha tenido tiempo de parar a reflexionar sobre esta misión acosado por llamadas y buscando aún testimonios para su próximo reporte, pero lleva consigo la invitación de Año Nuevo de Pen Lixing y Wang Yangong. Fue «un gesto sorprendente de calidez humana», en un momento en que todos sospechaban de todos.
Leo Ramírez, por su parte, tiene «sentimientos encontrados».
«El instinto periodístico te indica que no te debes ir, pero la razón que sí te tienes que marchar»
Los tres periodistas quedaron en cuarentena como los demás pasajeros y tratarán de descansar en sus vacaciones forzadas en un lugar turístico rodeado de pinos, en Carry-le-Rouet, al borde del Mediterráneo.
La costa estaba bañada por el sol cuando llegaron el viernes 31 de enero, sin embargo había policías vigilando todo el centro vacacional, dice Héctor ironizando sobre el hecho de estar aislado nuevamente.
El personal médico de la Cruz Roja llevó termómetros para todo el mundo y la buena noticia es que el lunes 3 de febrero todo estaba bien.