Ha arraigado en Twitter la idea de que hay que vivir este verano como si fuera el último. Tras dos años de pandemia y ante las negras previsiones que anticipan un otoño de crisis económica, estas vacaciones se han convertido en una especie de refugio en el que volcar todas las expectativas de felicidad. Hay que darlo todo ante el riesgo de que la cosa se vuelva a poner negra. Los más pesimistas apuntan en las redes sociales a un gran parón económico a partir de octubre, mientras los optimistas creen que no va a ser para tanto (si habrá o no recesión y a partir de cuándo y con qué intensidad es, en sí mismo, otro gran debate en Twitter). Pase lo que pase en unos meses, ahora prima el ansia por viajar y desconectar, aunque los precios estén disparados: este va a ser uno de los veranos más caros y con más turistas.
Comentarios al respecto, con tono más o menos jocoso, se repiten en las redes: “Las vacaciones más caras de las últimas décadas”; “estoy mirando precios de los hoteles y no sé si la cantidad que sale es para reservar una habitación o para comprar el edificio entero”; y “me voy de vacaciones, aunque sean las más caras, no sea cosa que se le crucen los cables a Putin y se desvíe un misil a Polonia”. Otros hablan de las razones sobre la supuesta falta de mano de obra en algunas empresas del sector: “La gente busca salarios dignos y aquí no los ofertan”, sostiene una usuaria. “Los ahorros de la pandemia se agotarán, las herencias también, prepárense para tres años muy duros”, vaticina otro.
Todo está más caro. Los precios hoteleros subieron un 25% en mayo respecto a igual mes de 2021, según los datos oficiales del Instituto Nacional de Estadística. Para el verano se espera que las subidas se intensifiquen. También se han encarecido las tarifas aéreas y no digamos la gasolina, que está en máximos. Proliferan en redes los mapas con las estaciones de servicio más baratas y los comentarios sobre otra posible huelga del transporte para las próximas semanas. El contexto generalizado es inflacionista, desde el turismo a los alimentos, pasando por los costes de la energía, que además se comen parte del beneficio de los hoteles. “La inflación tiene dos aspectos / consecuencias entrelazadas pero diferentes: 1) se tiene que pagar más por lo mismo, y 2) se tiene menos dinero en el bolsillo. Por ello se le denomina el impuesto de los pobres”, decía este fin de semana en Twitter Santiago Niño Becerra, el economista que ha acuñado la expresión de “el último verano” para reflejar las ganas que hay de pasarlo bien e irse de vacaciones antes de que en otoño se materialicen los nubarrones que se ciernen sobre la economía.
El mundo anglosajón ha bautizado estas ganas locas de viajar como turismo revanchista (revenge tourism). Afecta a medio mundo y los precios están subiendo en la mayoría de los principales destinos. No es un fenómeno nuevo del todo. Está muy vinculado al final de las restricciones más duras por la pandemia en 2020 y ha ido a más. “La gente viaja otra vez, y no lo hace para demostrar nada a nadie: simplemente quiere disfrutar de la posibilidad de salir fuera y explorar”, se lee en un tuit reciente.
En España, lo único que mantiene sus precios son los viajes del Imserso, pero no por ello han quedado al margen de la controversia. El Ministerio de Derechos Sociales ha sacado la convocatoria sin aumentar las tarifas y el sector se ha quedado argumentando que no tienen en cuenta la evolución de los costes, con lo que muchos hoteles pueden no presentarse al programa. El Ministerio de Industria también defiende una adaptación de los precios para mantener fuerte el programa y que los mayores también tengan derecho al turismo revanchista, aunque sea en temporada baja.
Texto de del Diario digital El país https://elpais.com/opinion/2022-07-05/el-turismo-revanchista-sale-muy-caro.html
Es periodista de la sección de Economía. Ha trabajado anteriormente en Internacional y los suplementos Domingo e Ideas.