A José Saramago (1922-2010) lo recordamos como Nobel. Ya mayor, canoso, con las gafas a cuestas y miles de libros en las estanterías. Pero fue un joven sin apenas recursos en el Portugal de los años 30 y 40, un chico que tuvo que meterse a cerrajero mecánico para poder subsistir mientras su familia vivía en una casa compartida en Lisboa. Que tuvo que pedir dinero para poder comprarse su primer libro a los 19 años.
Su historia completa, con cada cambio, cada momento y cada imagen se publica ahora gracias a la editorial Alfaguara y a Alejando García Schnetzer y Ricardo Viel, que decidieron obsesionarse con José Saramago para poder contarlo de la manera más precisa.
Estuvieron dos años estudiando toda su obra. Sus libros, sus artículos, sus notas y todo lo que se había escrito sobre él. Tras casi un lustro de trabajo en total crearon Saramago. Sus nombres. Un álbum biográfico que a través de más de 450 fotografías, cientos de amigos, conocidos y la propia voz del Nobel narran cómo fue, cómo pensó y dónde soñaba el escritor portugués.
«La distancia entre lo que fue una persona y lo que se recuerda de ella es la literatura», dijo Saramago y tanto Viel como Schnetzer lo han asumido como una máxima. «Hemos buscado su retrato en los retratos que él hacía del mundo», explicaban durante la rueda de prensa en Casa de América. «Pensamos que era mucho más preciso dejar que él mismo hablase de su vida y estuvimos buscando en su obra todas sus reflexiones para poder darle voz a él», añaden.
Y así, a través de cuatro ejes que son los espacios, las lecturas, los escritos y las personas que compartieron momentos con él se han creado 350 páginas que se llenan gracias a 1.500 textos escritos por el portugués y que los autores de este libro han ido «sacando» de su literatura y de sus artículos.
Gracias a este trabajo vemos al Nobel en panorámico. Desde su infancia hasta sus últimos años, pasando por una edad adulta en la que la literatura le llegó más tarde de lo que a él le habría gustado pero que le llegó fuerte. Como bien cuenta él, tuvo que dejar el instituto muy joven para aprender un oficio, el de cerrajero mecánico y estudió durante 5 años en la Escola Industrial Alfonso Domingues y fue allí donde, aunque parezca mentira, empezó a leer con atención.
«Aquel plan de estudios incluía sorprendentemente una asignatura de Literatura. Como no tenía libros en casa (libros míos, comprados por mí, aunque con dinero prestado por un amigo, sólo los pude tener a los 19 años), fueron los libros escolares de Portugués, por su carácter antológico, los que me abrieron las puertas de la fruición literaria», contaba él sobre su adolescencia.
Portada de ‘Saramago. Sus nombres’
Y que fue con 25 años, en 1947, cuando publicó su primer libro, que él había titulado La viuda pero que la editorial cambió a Terra do Pecado. Tras esta primera incursión, una ausencia de casi 20 años. «En 1966 (cuando su profesión ya era la de crítico literario y traductor) publiqué Los poemas posibles, una colectánea poética que marcó mi regreso a la literatura», explicó tal y como recoge Saramago. Sus nombres.
A partir de entonces no dejó de escribir ni de publicar y en 1975 esta se convirtió en su única profesión y también la razón por la que decidiría dejar su tierra. Tal y como él recordaría, «como consecuencia de la censura ejercida por el Gobierno portugués sobre la novela El evangelio según Jesucristo (1991), vetando su presentación al Premio Literario Europeo bajo el pretexto de que el libro era ofensivo para los católicos, cambiamos, mi mujer y yo, en febrero de 1993, nuestra residencia a la isla de Lanzarote». Dos años más tarde recibiría el Premio Camões y, en 1998, el Nobel de Literatura.
«¿Quién sería yo si no hubiera nacido en este lugar?»
Fue gracias a este reconocimiento internacional por el que comienza a viajar con mucha más frecuencia y, sobre todo, a visitar Latinoamérica. Como dice la que fue su mujer y ahora presidenta de la fundación que lleva su nombre, «Saramago descubrió aquellos países y a su gente y quiso luchar para que las grandes potencias occidentales se diesen cuenta de la importancia que tenía, ya no sólo a nivel cultural, sino también económico y de población», asegura Pilar del Río en Casa América de Madrid.
«En esa época, sobre todo, participé en acciones para reivindicar la dignificación de los seres humanos y el cumplimiento de la Declaración de los Derechos Humanos en pos de una sociedad más justa, donde las personas sean prioridad absoluta, y no el comercio o las luchas por el poder hegemónico, siempre destructivas», escribiría él.
Y la presidenta de su fundación hace un apunte: «Alabardas, Alabardas! Espingardas, Espingardas!, la obra que dejó sin terminar antes de morir era una reivindicación contra las armas, contra como se crean guerras para mantener esa industria, no todas las tonterías que se dijeron entonces. Esa fue su última reflexión y por lo que había luchado los últimos años de su vida, por una sociedad mejor».