La mansión ubicada en Zona Esmeralda, 72090, en la ciudad de Puebla, es uno de los sitios que más ha provocado controversia y temor entre las personas. Cuenta la leyenda que unos hermanos descendientes de Porfirio Díaz vivían encerrados en este lugar y tuvieron hijos deformes, unos enanitos que les daba vergüenza presentar ante la sociedad, por ello, el sitio fue cubierto con láminas para evitar que los vecinos los vieran y se burlaran de ellos.
Algunos más aseguraban que la casa conectaba a los antiguos túneles de Puebla, mientras que otros decían que en una de las habitaciones estaba la puerta al infierno.
La construcción porfiriana
A finales del siglo XIX y debido a la influencia porfiriana, las personas acaudaladas comenzaron a construir palacetes en áreas alejadas de la ciudad que usaban como casas de campo para los fines de semana, aunque algunos las utilizaron como viviendas.
Dichos inmuebles tenían una serie de características arquitectónicas que los distinguían de los demás. Por ejemplo, la entrada a la vivienda no empezaba en la puerta sino en un jardín frontal que estaba delimitado por una reja.
En 1891, el acaudalado empresario italiano Francesco Giacopello Colotto, que era propietario de una cantina situada en el Portal Hidalgo, donde hoy es el hotel Royalty, construyó su casa en el predio de la 3ª Avenida de la Paz número 1702, expone el investigador David Ramírez Huitrón, fundador de Puebla Antigua.
“Su esposa era Ernesta Bardoni y juntos procrearon a cinco hijos: Francisco, Leticia Ernestina, Lydia, Eulalia y Natalia María. Esta última fue quien trágicamente se quitó la vida, pero no en esta casa, que es lo que señalan las narraciones populares. Los Giacopello Bardoni habitaron la mansión hasta 1924 y esta muerte ocurrió después”, asegura.
Esta aseveración hizo que en torno a la propiedad se contaran historias fantásticas de presencias fantasmales, ánimas en pena, e incluso, se llegó a decir que en una de las habitaciones de la casa, estaba la puerta al infierno.
El investigador refiere que es falso que Natalia se haya suicidado en el despacho de la casa porque cuando don Francisco Giacopello murió, su viuda vendió todas sus propiedades, incluida la cantina y se fue a vivir a la Ciudad de México con sus hijos.
“De los descendientes de la familia Giacopello sobreviven los Horcasitas Giacopello, los Giacopello Núñez y los Navarro Giacopello, todos de la Ciudad de México”, apunta.
De sanatorio a vivienda
La casa pasó por distintos dueños, uno de ellos fue el doctor Isaac del Río, quien la rentó entre 1929-1930 y la acondicionó como sanatorio. Tiempo después otras familias la ocuparon, como los Petersen de origen alemán, y los Rodríguez Jiménez de ascendencia española y poblana.
El sanatorio del doctor Isaac del Rio prestaba servicios de cirugía, maternidad, electroterapia y rayos X. “Cuando la casa fue rentada por el doctor del Río, la ocupó como hospital hasta 1933. En el sótano se puede apreciar parte de la infraestructura que se creó para este fin. Estuvo solo un año porque en 1931 trasladó el sanatorio a la Avenida Juárez 1315”, señala.
Al cambiarse el médico de ubicación, la propiedad le perteneció un par de años a los hermanos Petersen, Pablo y Frederick.
El investigador comenta que Pablo Petersen estaba casado con Esther Colombres, quien era hija del general Joaquín Colombres, un destacado militar poblano que participó en la Segunda Intervención Francesa y fue hijo adoptivo del último Marqués de Monserrate y Vizconde de Manzanilla.
“Esther murió en esa casa a consecuencia de una gripe española, al día siguiente de dar a luz a su hija pequeña, Raquel. En 1936, le vendieron la casa a don Rogelio Rodríguez y Pablo Petersen compró el Rancho de La Rosa al oriente de la ciudad. Esas tierras hoy las ocupan las colonias Humboldt, América y el Carril de la Rosa”, detalla.
El mito de los enanos
La mansión estilo porfiriana fue adquirida por el gallego Rogelio Rodríguez Sáenz. Él había llegado diez años antes a la Angelópolis e hizo fortuna como empresario textil con su fábrica La Perla.
Rodríguez Sáenz se casó con la profesora Carmelita Jiménez y procrearon tres hijos: Rogelio, Milagros y Carmelina.
Carmelina padeció acondroplasia, pero a pesar de esta condición vivió una vida normal e incluso fue a la Universidad, llegó a casarse y tuvo familia. Cuando se casó tuvo un negocio de venta de pollo en el Mercado La Victoria. Se dice que se alejó de su familia porque no estaban de acuerdo con el nivel social de su marido.
“Ella llegó de adolescente a la casa, como de 21 años, no paso su infancia ahí. El cuento de los muebles miniatura que se veían en el jardín está errado. Sí había una banca y un farol miniatura como los del zócalo que su padre le había mandado a hacer cuando era niña para que se sentara cuando lo iba a visitar a la fábrica, y cuando se mudaron a la mansión Giacopello, los llevaron para allá y los pusieron en el jardín para adornar”, subraya.
A la gente le causaba mucha curiosidad conocer el interior de la casa y se asomaba por la reja del exterior por la cual se vislumbraba el hermoso jardín y se veían los muebles miniatura que a veces utilizaban los hijos de Milagros que eran niños, de ahí que la bautizaran como La Casa de los Enanos.
“A la señora Carmen le molestaba de sobremanera que la gente chismosa husmeara su jardín desde la reja, ya que era frecuente que hubiera miradas indiscretas a la casa por qué ahí cerca estaba la Alberca de Zamora que era frecuentada por gente de clase humilde. Además, les aventaban basura y cosas a los hijos de Milagros y eso les molestaba mucho, por eso pusieron lámina. La mansión Giacopello perteneció a los Rodríguez Jiménez hasta el 2013”, concluyó el investigador.