Desde que empezó el estado de alarma, hace unos meses, hemos podido recorrer bodegas de forma virtual, ponernos en forma a través de los canales más fitness de las redes sociales o seguir a nuestros cocineros favoritos haciendo ricas recetas.
Son muchas las actividades en las que hemos empezado a introducirnos y el mundo del vino también ha sido una de ellas.
En ocasiones hemos oído a algún profesional hablar sobre un vino o describirlo de forma tan detallada que nos hemos quedado sorprendidos por la riqueza de su vocabulario. Dicha práctica, que para algunos puede parecer casi utópica es, en realidad, fruto del conocimiento y del orden, de horas de cata y estudio.
Ahora que tenemos más tiempo y esperamos la llegada de la «nueva normalidad» ¿cómo aprendemos a distinguir un buen vino de otro desde el sofá de casa?. Vinissimus, ha creado una tabla con los principales atributos de un vino (más allá de los aromas concretos y los colores) para que simplemente marcando el grado de intensidad (bajo, medio, alto) de cada uno de ellos se pueda obtener una descripción casi profesional.
¿Cómo catar un vino?
Vista: Empecemos por la vista y, más concretamente por el brillo. ¿Refleja la luz nuestro vino? Si es así, lo podemos denominar brillante y pensar probablemente que se trata de un vino de corta edad y/o buena acidez; tenue se situaría en el otro extremo. Fijémonos después en la capa; ¿es capaz la luz de atravesar el vino? Siendo así diremos que es de capa baja, mientras que si resulta casi opaco hablaremos de un vino de capa alta. Hagamos girar la copa y fijémonos en cómo el vino desciende por los laterales del cristal, anticipando su densidad; si lo hace rápidamente, diremos que es de lágrima ágil. De este modo, podremos decir de un vino, con apenas mirarlo, que es, por ejemplo, luminoso, de capa media y lágrima muy lenta.
Olfato: ¿Cómo percibimos la fruta? Y, no nos referimos a si huele a manzana o cerezas, si no a la sensación que transmite en cuanto a madurez. ¿Nos dice nuestra nariz que el aroma es de fruta fresca o madura? Evaluemos la intensidad de aroma, acto seguido. Estamos ante un vino aromático, como un riesling por ejemplo, o ante una nariz más discreta, un pinot blanc, quizás. Por último, antes de saltar al siguiente sentido, intentemos deducir si el vino tuvo crianza. ¿Percibimos aromas especiados y torrefactos o se imponen los más primarios derivados de la propia uva? Sumando los tres atributos olfativos podremos afirmar, sin haber degustado aún el vino, que se trata de un vino con aromas de fruta madura, sutilmente perfumado y amaderado.
Tacto: Llegó el ansiado momento de llevarnos el vino a la boca, pero no para saborearlo, sino para fijarnos en su tacto. ¿Cómo se siente sobre la lengua? ¿Es sedoso o rugoso? ¿Jugoso o secante? Estas sensaciones se deben al tanino (sustancia astringente) y son de suma importancia en la descripción de un vino. El siguiente atributo debería ser el peso/densidad. Debemos prestar atención a cómo sentimos el vino sobre la lengua, a cuál es su textura. ¿Estamos ante un vino robusto o más bien fluido y ligero? La dirección, nuestra siguiente característica, es una de las más complejas de interpretar. Algunos vinos pasan directos por nuestro paladar, pero no por ello son simples, puede que una viva acidez los conduzca con agilidad, mientras que otros, se ensanchan durante su paso y muestran diversos atributos, quizás de menor intensidad. Los vinos que suman ambas características son los denominados complejos, vinos con nervio y amplitud a la par. Mucho más sencillo resulta juzgar el carbónico, la burbuja. ¿Estamos ante un vino tranquilo (sin burbujas) o ante uno espumoso?
Gusto: El gusto también debería suponer tarea sencilla. Prestemos atención al grado de dulzor y de acidez, los dos gustos fundamentales que definen el equilibrio de cualquier vino. ¿Estamos catando un vino seco y refrescante o puede que uno más bien dulzón y de acidez amable?
Acabaremos con la sensación global, aquella que nos formamos gracias a la interacción de diversos sentidos. ¿En qué momento de consumo se encuentra el vino? ¿Parece aún joven? ¿Quizás demasiado? O, ¿puede que ya haya tocado techo y esté iniciando su declive?, nos referimos a la evolución. ¿Cuánta complejidad nos ha transmitido? ¿Muchos aromas y sensaciones distintas o una única línea de expresión? ¿Sencillo o complejo? Y, por último, juzguemos su persistencia. Intentemos recordar el último sorbo, ¿sentimos aún el tacto del vino en el paladar, su perfume, su dulzor?.