Un hecho extremadamente curioso es el origen de los OVNI, es decir, ¿de dónde vienen? Con la exploración espacial y el avance en los conocimientos en los últimos 50 años, la procedencia de estos objetos se ha ido alejando.
Recordemos que en principio los OVNI eran «algo» de lo que se desconocía su procedencia e incluso su propia naturaleza. Cuando se estableció el origen extraterrestre los objetivos estaban claros: Marte, Venus y la Luna. Por ejemplo, George Adamski (Gómez, 1997) uno de los contactados más famosos, afirmaba haber viajado en platillos volantes y haber visto ríos, ciudades y otras zarandajas en Marte, la Luna, Saturno y Venus. A pesar de que las sondas espaciales han desmentido todas sus afirmaciones, éstas siguen siendo respetadísimas en los ambientes ufológicos (Sheaffer 1994).
Cuando las misiones espaciales demostraron que ningún otro planeta albergaba vida inteligente (y en el nuestro es escasa, por lo que estamos viendo) en nuestro Sistema Solar, los OVNI tuvieron que trasladar su base de operaciones más allá de Plutón. Así, conocemos a extraterrestres de mundos a tantos años luz que es imposible que con las leyes de la física lleguen en un tiempo razonable a la Tierra. Y, en el caso de que los extraterrestres partiesen de su mundo hace, digamos, 50.000 años, ¿para qué vienen aquí? ¿Qué es lo que les atrae? Desde fuera, nuestro planeta es igual que cualquier otro, y las transmisiones de radio, lo primero que les habría hecho mirar hacia nuestro planeta, sólo han podido recorrer unas pocas decenas de años luz desde que fueron emitidas por primera vez. Sin un «faro» en el que fijarse, como podrían ser las transmisiones de radio, una civilización a 200 años luz de distancia tendría a su alrededor 200.000 soles por explorar antes de llegar a nuestro mundo, lo que supone una cantidad enorme de tiempo desde que una civilización empieza a explorar el espacio hasta que nos encuentra, posiblemente más de un millón de años (Sagan, 1992). En algunos casos, los extraterrestres vienen de mundos que simplemente no pueden existir, como los que contactaron con Eduard Meier, que afirmaban proceder de un planeta situado en las Pléyades, las cuales son demasiado jóvenes (50 m.a.) para poseer cuerpos planetarios (Gámez 1997).
Pero el origen extrasolar no es el único para los escurridizos objetos voladores: otras teorías postulan que pertenecen a una raza que vive bajo la Tierra, la cual está hueca, o en la Luna, igualmente hueca, o de un planeta que orbita justo al otro extremo de la órbita terrestre, por lo que es invisible, o de otras dimensiones. Veamos alguna de estas teorías.
¿La Tierra hueca? ¿Es nuestro mundo lo más parecido al globo de una lámpara? ¿Viven los tripulantes de los OVNI allí donde no llega ni la línea 6 de Metro? Eso es lo que piensa la escuela de Ray Palmer, otro destacado ufólogo, que un día vio una composición de imágenes de satélite (el ESSA-7) y descubrió que existía en el Polo Norte un enorme boquete de cientos de kilómetros de diámetro; además, la gente de Palmer opina que el interior de la Tierra es hueco y qeu está iluminado por sol central. Desgraciadamente Palmer no se dio cuenta de que la composición era eso, una composición y no una sola imagen, y de que había sido realizada durante la noche polar de seis meses, por lo que la zona no estuvo nunca iluminada durante la toma de imágenes. Además, si aceptamos la historia del hueco y del sol y, por reducción al absurdo, ¿no debería haber un gigantesco haz de luz visible en gran parte del hemisferio Norte (y en la imagen del ESSA-7), procedente de la luz del sol central que sale a través del hueco? Es más, ¿no deberían los océanos caer por el hueco al interior de la Tierra, evaporándose al llegar a las cercanías del sol y provocando un gigantesco geiser?Aunque, quien sabe, quizás Robert Peary se tomo unas cañas en el bar de al lado y luego nos contó la milonga de que había llegado al Polo Norte.
Pero seguimos con la misma pregunta ¿Está la Tierra hueca? Hombre, pues gracias al desarrollo de la sísmica conocemos bastante bien el interior de nuestro planeta, y sabemos que es fundamentalmente sólido -salvo el núcleo externo, que está fundido- (Anguita, 1991). Además, la tectónica de placas, que incluye niveles múltiples de convección que llegan ocasionalmente al núcleo y fragmentos litosféricos que se hunden, está en contradicción con la existencia de un planeta hueco, por lo que la teoría de la Tierra Hueca debería explicar todos esos fenómenos. Y es más, ¿no debería ser el valor de la atracción gravitatoria distinto de lo que es si la Tierra fuese hueca? ¿No debería ser su momento de inercia distinto de lo que es? ¿Cómo se forma un planeta hueco? Habría que desarrollar una nueva hipótesis de generación de cuerpos astronómicos para explicar cómo una serie de planetesimales se «ponen de acuerdo» para fusionarse entre ellos dejando un vacío central. Lo mismo se puede decir de la presunta oquedad de la Luna, los satélites de Marte y similares.
¿Y la «Antitierra»? Algunos «contactados» creen que los ovnis vienen de Clarión, un planeta situado exactamente al otro extremo de la órbita de la Tierra, lo que impediría que le detectásemos… ¿lo impediría? No; lo cierto es que la mecánica celeste nos dice que sólo tres meses después de la presunta formación de este planeta, éste sería detectable a través de las perturbaciones que causaría a la órbita de Venus; además, en sólo treinta años sería directamente visible desde la Tierra durante los eclipses totales de Sol (Condon 1969). Si Clarión existiera sería tan familiar para nosotros como Venus.
Otro buen candidato es el hipotético planeta que orbitaba entre Marte y Júpiter. Según algunos contactados, los ovnis son naves tripuladas por los supervivientes de una civilización que destruyó su planeta en una conflagración nuclear y que vienen para avisarnos de que no hagamos lo mismo. Desgraciadamente el cinturón de asteroides no parece tener su origen en un planeta destruido, por varias razones; una es que muchos de los meteoritos, que en su mayoría proceden del cinturón de asteroides, no han llegado a diferenciarse, porque no han sufrido el suficiente calor para fundirse, lo que sería casi impensable si estuvieran formados por restos planetarios, en cuyo caso tendríamos diferenciación, metamorfismo y otros procesos que sufren los materiales planetarios a las condiciones de temperatura y presión del interior de los planetas (Anguita, 1988). Otra prueba en contra de esa teoría es que la edad media de los meteoritos es la misma que la del Sistema Solar, lo que nos obliga a pensar que, o bien los meteoritos son restos de la nebulosa primordial, o bien que hace 4.550 m.a. se formó un planeta en el cual, en muy pocos millones de años, y en medio del infierno que supuso el Gran Bombardeo Meteorítico, apareció la vida, evolucionó hacia formas de inteligencia que desarrollaron una tecnología suficiente como para destruir literalmente un planeta, el planeta fue de hecho destruido y los supervivientes se han tirado más de 4.500 m.a. vagando por el espacio y acercándose ocasionalemte a nuestro mundo. Y, por cierto ¿qué explosión nuclear sería capaz de destruir un mundo? Vamos a poner unos ejemplos: la bomba atómica de Hiroshima tenía una potencia de 20 kilotones, el equivalente a 20.000 toneladas de TNT (Asimov, 1992). Ahora veamos una gran cantidad de energía aplicada sobre un punto: un impacto meteorítico similar al que posiblemente provocó la extinción del Cretácico Terminal; Morrison y Chapman (1995) calculan que un impacto de ese tipo provoca una explosión del orden de 108 megatones, es decir, cinco mil millones (5.000.000.000) de veces más potente que la bomba de Hiroshima, todo concentrado en un solo punto. Este cataclismo provocó un crater de 300 km de diámetro, es decir, el impacto afectó directamente a una superficie de algo menos de 71.000 km2. Si consideramos que la superficie de la Tierra es aproximadamente 523.889.474 km2 podemos estimar el porcentaje de área directamente afectada: el 0,01% de la superficie terrestre. Esto nos puede dar una idea de la cantidad de energía que tendría que haber liberado la civilización que destruyó el presunto décimo planeta.
Por último, una hipótesis muy de moda en los últimos años es que los OVNI son en realidad proyecciones del subconsciente del ser humano que se convierten en reales por vaya usted a saber que ocultas fuerzas de la mente, es decir, que cuando alguien cree mucho en los OVNI estos se «solidifican» en nuestro mundo real desde una realidad alternativa, tal vez desde nuestro propio cerebro, aunque, como dice Sheaffer, entonces cualquier cosa imaginada con suficiente fuerza por suficiente número de personas debería entrar en nuestra realidad, y yo al menos no conozco informes sobre avistamientos de un viejo gordo con pijama rojo en un trineo volante, ni encuentros en la Tercera Fase con tres (¿numerología?) monarcas de Oriente Medio que siguen una estrella, a pesar de que millones de niños creen en todos ellos con una fe inquebrantable; de igual modo, por más que lo intento, no consigo materializar billetes de mil duros en mi bolsillo, más bien se desmaterializan.