Don Salvador Embid, de 88 años de edad, natural de Huertapelayo, provincia de Guadalajara nos contaba una historia que ocurrió en su pueblo al tío Navo:
1. El tío Navo era un pastor de allí, de Huertapelayo, y salía al campo a sus ovejas, y en el camino se le aparecía ella, su mujer, que había muerto hacía un tiempo atrás. En su casa oía ruidos tremendos de muebles, de cosas que se caían, que se rompían, de piedras que se caían del tejado, unos escándalos tremendos, y el hombre estaba asustado, pues salía al campo y la mujer se le agarraba a las piernas y no le dejaba andar, y una vez se enganchó en una zarza y no podía andar, hasta que amaneció y vio que era una zarza y dijo: «No tengo miedo a nadie». Cogió la navaja y cortó la zarza que le estaba teniendo. El misterio de lo otro es que decía que en su casa caían piedras escaleras abajo desde la cámara y el hombre vivía en susto permanente y cuando amanecía y se iba a las ovejas, en el camino, se le agarraba ella a las piernas y no le dejaba andar. Entonces, él vivía en un susto tremendo hasta que un día le dijo: «- ¿Quieres decirme qué es lo que quieres? ¿por qué me estás tal?». «- Sencillamente porque me tienes toda la noche de ánimas, que me habías ofrecido una misa y no me la has hecho». Hizo la misa y desapareció el alma (1).
La primera parte de esta historia es un paralelo del cuento popularísimo de la comarca del Ripollés recogido por Román Violant I Simorra en su libro El Pirineo Español.
Erase una vez un sastre, que al regresar de trabajar de un pueblo, por la noche, se encontró con que, de súbito, le tiraban del vestido, aterrorizado, pues tenía la certeza de que eran las almas en pena que lo retenían, pidió clemencia a los muertos para que le dejaran seguir adelante, sin embargo, no lo soltaron. Pasó la noche suplicando en vano a las almas en pena, hasta que al llegar el alba, se dio cuenta de que una zarza del camino se le había enganchado a la capa. Sacó las tijeras y cortó la zarza, al propio tiempo que decía, en tono bravucón: «lo mismo hubiera hecho si fueras un fantasma» (2).
En las dos historias las almas en pena se agarran al cuerpo del hombre o tiran de su vestimenta impidiéndole avanzar. Los dos hombres sospechan que son las almas en pena las que producen tal efecto, sin embargo, en los dos casos, descubren que son unas zarzas las que les impiden avanzar y cortándolas sin miedo exclaman: «lo mismo hubiera hecho si fueras un fantasma» / «No tengo miedo a nadie».
En estas dos leyendas al igual que en otras muchas, como la recogida en La punta del Arco Iris, titulada «El ánima en Pena (Priego, Córdoba)», el hombre se encuentra con el alma en pena fuera de la casa y ésta le quiere llevar. En Huertapelayo, el tío Navo había prometido una misa al alma de su difunta esposa y no se la había hecho; el ánima en pena de Priego había realizado una promesa en vida y no la había cumplido, necesitando ahora que alguien la cumpla por ella. En cualquier caso una vez realizado lo solicitado por el alma, ésta puede descansar y desaparece.
Las ánimas era una cosa que está en todos los pueblos. Las almas en pena, las ánimas, se decía que si salías y te encontrabas con un alma en pena, que te podía llevar. Otras veces, que le podías preguntar que si era un alma en pena, o qué era lo que quería, por si había dejado alguna promesa sin cumplir. Venía a que se la cumpliera algún familiar o amigo, y cumplía su promesa para ir a descansar…
Mi tía, una tía segunda que ya se murió. Esa decía que sí, que había visto un ánima en pena, y que se la había presentado varias noches. Ella preguntaba que, si era un ánima en pena o un espíritu, que dijese lo que quería, lo que le pasaba. Porque decían que lo mismo era un alma en pena que había muerto porque había hecho alguna promesa y había muerto antes de cumplirla. Entonces el alma estaba penando toda la vida hasta haber cumplido la promesa. Ya decía lo que quería, e iba la otra persona, lo cumplía y el alma ya descansaba.
El ánima le dijo que fuera a San Francisco, a una iglesia donde estaba la imagen más popular de la ciudad. Allí, delante de unos altares que escuchara misa y rezara no sé cuántos padrenuestros. Y ya se dejó de tener la pesadilla, o de verla todos los días o de acordarse de ella (3).
Otra de las propiedades atribuidas a las almas en pena, como de muebles, de cosas que se caían, que se rompían, que señalábamos más arriba, era su capacidad de manifestarse a través de luces, humo, ruidos, sonidos… Siempre por la noche, y en la casa donde antes habían vivido. El tío Navo vivía atormentado por los ruidos que cada noche soportaba en su casa: «en casa oía ruidos tremendos, piedras que se caían del tejado, unos escándalos tremendos».
Vemos pues, cómo las almas para conseguir lo que necesitan, asustan a las personas a las que solicitan su ayuda, tal vez, porque de otra forma teman que no vayan a ser atendidas. Todas estas características las podemos contemplar también en «El ánima en pena de S. Carlos del Valle (Ciudad Real)», recogida también en La punta del Arco Iris. El alma en pena aquí, regresa para hacer que se le cumpla la promesa que se le había hecho.
Cuando la guerra, había allí una familia muy humilde, y tenía siete hijos. Entonces, uno de ellos se tuvo que marchar a la guerra. Y la madre, la pobrecilla, ofreció:
– ¡Ay, si mi hijo viene con vida, prometo a las almas del purgatorio ponerles una arroba de aceite en lamparillas!
Bueno, pues resulta que, mientras la guerra, la madre muere. Y el hijo vuelve sano y salvo. Entonces, el padre le recuerda que han pasado muchos años:
– ¡Ay, hijo, tenías que cumplir la promesa que hizo tu madre, no sea que la pobre esté penando!
– ¡Anda, anda! Déjate de tonterías.
– Bueno, ¡si eso era una promesa de madre! ¡Qué vamos a cumplir! Eso son tonterías.
Total, que uno se fue a Barcelona, otro se fue a Valencia, otro… Desaparecieron todos del pueblo, y nadie se acordó. Pero sí, al que le hizo la promesa, llegó un momento, que estaba en Barcelona, pasó a su dormitorio, y vio la habitación llena de humo. Entonces se asustó. Y dijo a su mujer:
– Oye, mira, que la habitación…
Pasó ella y dice:
– Oye, que aquí no hay nada.
Y volvió él a pasar:
– Que yo no puedo pasar aquí, que yo me ahogo, que esto está lleno de humo.
Y se acordó de la promesa de su madre, ¿sabes? Entonces salió corriendo y se fue al pueblo. Reúne a los hermanos:
– Mirar, que ha pasado esto.
– ¡Ay, la promesa de madre, la promesa de madre! Vamos a cumplirla.
Cogen un cuadro de las ánimas, que lo tenían ellos, ponen el cuadro, ponen una palangana, y dicen:
– Vamos a poner de vez en cuando, cada uno, dos litros de aceite. Sin apagarse la lamparilla. Vamos a meter dos litros cada uno.
Eran seis o siete hijos. Entonces, así lo hacen. Ponen la lamparilla, se van, al rato vuelven. Ha desaparecido el aceite. Y decían:
– ¡Pero bueno! Y la lamparilla ¿cómo consume tanto aceite? Pues resulta que vuelven a llenar la palangana. Hasta que la arroba de aceite no se consumió, creo que fue en veinticuatro horas. Oye, me lo contó una hija, está casada con un primo mió. Dice que parece mentira, pero que el aceite volaba (4).