La Universidad Autónoma Metropolitana-Cuajimalpa dedicó la semana pasada un homenaje al narrador y dramaturgo José Agustín (Acapulco, Guerrero, 1944) bajo el título genérico “De perfil”, con cuatro mesas virtuales. En una de ellas, “José Agustín y la Contracultura”, participó el hijo del escritor, quien a petición de Proceso escribió un texto sobre su padre, para lo cual, confiesa en él, releyó toda su obra, si bien significativamente se detiene en la novela que le dio renombre al movimiento de “La Onda” en la literatura.
Aquí el texto:
Hace más de diez años que mi padre sobrevivió a un accidente casi fatal, al caer del escenario en un teatro poblano, de cuyo nombre no quiero acordarme. Hace diez abriles también que dejó de escribir, y aunque casi no puedo creerlo, ya no tenemos esperanzas de que retorne al mundo de las letras, pues desde entonces padece una moderada pero definitiva amnesia de lo reciente, que lo dejó prácticamente incapacitado para escribir; ya quedó atrás la posibilidad de concluir al menos dos novelas que había arrancado, y que llevaba por buen camino, como era su costumbre, pero que ahora amenazan con convertirse en sinfonías inconclusas. Los títulos provisionales para estas obras eran “La ira de Dios”, y “La llave de la carretera”. Digo todo esto con tristeza, y suspiro pensando que ahora, quizás, ya nunca conoceremos el final de dichas novelas, que pintaban para dos más de sus grandes éxitos.
Pero volvamos al siglo pasado, cuando el mundo aún no se encontraba al borde del colapso ecológico y social, al ya lejano 1966, en la colonia Roma, donde mi padre era joven y tenía todo el futuro por delante. Por aquel entonces publicó en Joaquín Mortiz su novela De perfil, que en 2016 cumplió 50 años de existencia, y permanece vigente y fresca como el primer día, y la cual da nombre a un pequeño homenaje, que en este mayo del 2021, organiza la Universidad Autónoma Metropolitana.
De perfil resultó emblemática como La tumba, y lo mantienen más vivo que nunca, en el mundo imaginario de la literatura, o como diría Bob Dylan, “Forever Young” (y salud por el Nobel maestro, también, que en estas fechas cumple sus ochenta abriles, por cierto). Pero recordar el proceso creativo en De Perfil, en sus propias letras: “Al empezar De perfil yo sólo tenía una idea muy nebulosa. La empecé sin saber ni siquiera de que iba a tratar … Decidí prescindir de la mayor cantidad posible de concesiones y trabajar con libertad absoluta.”
Y así lo hizo en esa y en todas sus obras, como una marca de su estilo, otorgándole esa cualidad libertaria, iconoclasta e irreductible que creo yo, no es mal consejo para todos los escritores audaces del futuro. Esto nos relata José Agustín en su libro autobiográfico El Rock de la Cárcel. Se dijo que su novela no era literatura, a lo que el jefe replicó: “Y sí, De perfil no era literatura realmente, al menos no tal como se le concebía entonces. Era una propuesta distinta: como en el rock, se trataba de fundir alta cultura y cultura popular, legitimar de una vez por todas el lenguaje coloquial. Pero a muchos les parecía pura incoherencia”.
Este comentario de su propia novela, nos revela que José Agustín tenía muy clara la pequeña revolución que proponía en las letras mexicanas, su carácter explosivo y visionario era premeditado, con alevosía y ventaja. Al final, su propuesta resultó una necesidad social, y permitió la apertura de la literatura mexicana a los grandes cambios que se gestaron en la historia reciente y en la cultura popular que comenzaba a tejer su red subterránea global, y crecía inconteniblemente a la par de la globalización capitalista, dando pie a la contracultura moderna.
En ella, mi apá fue como una voz de su generación, eco de sus ídolos: don Bob Dylan, los poetas Jim Morrison o Leonard Cohen y otros grandes escritores y roqueros que hoy son leyenda, pero en aquel entonces eran una rebelión radical e insospechada. De sobra está decir que el tiempo habló y puso a cada quién en su lugar, pues como se imaginarán, ya que estamos aquí reunidos en torno a esta fogata que el cuentacuentos encendió hace ya tantos años, mi Gran Jefe Caballo Loco resultó vencedor, a pesar de quienes lo tildaban de insensato, prosaico, un rebelde sin causa y un alma perdida.
En especial cuando cayó a Lecumberri por siete meses, y fue fichado oficialmente como narcotraficante y delincuente juvenil, con su correspondiente archivo y fotografías de jeta y de lado. Sus enemigos literarios hubieran deseado que nunca saliera de allí, pero por el contrario, la experiencia le sirvió para escribir varios cuantos y novelas, como El Rey se acerca a su templo, el final de su autobiografía antes mencionada u obras de teatro como Circulo vicioso, o su colaboración en el guion de El apando, del imprescindible José Revueltas. Acaso sea por eso, su paso por las celdas del Palacio Negro (además de obras como Se está haciendo tarde, etc.) que José Agustín se volvió representante oficial de la contracultura y el underground literario.
Pero don J. A. cambió las reglas en la forma de escribir en este país, las liberó de sus limitaciones arcaicas. Prevaleció sobre sus detractores y adversarios ponzoñosos, mientras los libros de José Agustín gozan de cabal salud y autoridad, y se siguen leyendo, gracias al gusto genuino del público conocedor, a la apreciación intrépida y decidida de los lectores de buen diente. Sus letras vivas se siguen añejando cual buen vino, permanecen como obras frescas, vitales, audaces y profundas, pues fueron escritas por un joven genial, que sigue habitando tras la gran piedra y el pasto. Con un pulso preciso, aunque esotérico y psicodélico, a veces oscuro y otras puro Jugo de sol, su obra tiene un brillo natural que se distingue desde la primera lectura, y se confirma cuando se le revisita, sin importar cuántos años pasen en volver a sus libros.
Y especialmente, con motivo del homenaje virtual que se realiza en su honor, me he vuelto a zambullir en ellos, tras el evento virtual organizado por su compadre Philippe Olle-Laprune y la UAM, que nombraron simplemente De perfil, y nace por la necesidad de recordar toda su trascendencia escrita. El magistral escritor Enrique Serna, se encargó de inaugurar el evento, diseccionando su obra en términos de calidad e impacto, la reveló con rayos x, infrarrojos y ultravioletas, en todo su esplendor y misterio, para los interesados que acudieron a la cita virtual, en el omnividente Yutub, que diariamente transmitirá la serie de presentaciones, para después almacenarlas en su cuasinfinita memoria digital.
Después tocó el turno a Wenceslao Bruciaga, además de Julián Herbert, buen amigo de mi jefe, y a la nueva joven escritora tremenda, Fernanda Melchor, quienes mostraron ampliamente sus conocimientos en la carrera agustiniana, una mesa de herederos en su tinta, moderada por mi hermano, el neuropsiquiatra y escritor Jesús Ramírez Bermúdez. Le seguirán Elsa Cross, laureada poeta, Hernán Lara Zavala, y don Evodio Escalante, todos ellos viejos amigos de mi jefe, y expertos en su labor, una mesa más veterana, de camaradas que tripularon el mismo navío de locos que mi jefe alguna vez comandó.
Habrá una mesa más con Enrique Marroquín, acompañado de José Luis Paredes Pacho, el otrora bataco de la Maldita Vecindad, además de José Manuel Valenzuela. Y finalmente cómo olvidar a la carismática cantante Amandititita, quien como yo lleva a cuestas el peso de un gran nombre, como hija del legendario Rockdrigo.
Esta mesa la moderó mi big broder, don Andrés Ramírez, editor de las obras del jefe en la célebre Penguin Randon House. Mi mamá, su principal y más querida aliada, por su parte, insiste en que no me despida sin comentarles que mi jefe está bien de salud y de humor, dentro de lo que cabe diría él, que lee muchos libros (sin anteojos, lo cual es un auténtico milagro de la ciencia), diario watcha el periódico y escucha sus rolas, mientras se toma unas chelas y algún vino, y me manda decirles, aquí bajo la constelación de Leo y a la salud del rey Chango, en honor de todos sus buenos lectores y amig@s de antaño, que por favor vayan todos y le chiflen mucho a su rechilanga abuela, ¡Salud, cabrones!