Ni palmeras ni arena fina. Ante unos desconcertados pingüinos, cuerpos casi desnudos se zambullen en las heladas aguas de la Antártida, un confín hasta hace poco reservado a la investigación científica y que ahora es un destino para el turismo internacional.
Se siente como si te clavaran cuchillos. Estuvo muy bien», dice Even Carlsen, un turista que se metió al agua a apenas 3° C en la isla Media Luna, en la punta de la península antártica.
Se estima que unas 78 mil 500 personas visitarán el continente antártico entre noviembre y marzo, de acuerdo con la Asociación Internacional de Operadores Turísticos Antárticos (IAATO).
En este nuevo destino para el turismo, la moda son los cruceros íntimos, llamados expediciones, en contraste con los cruceros tradicionales.
El léxico ha sido hábilmente reformulado. Aquí no se habla de «pasajero», sino de «invitado».
Los «invitados» son generalmente personas mayores, a menudo jubiladas que han viajado mucho.
Estos turistas son «invitados» con un cierto poder adquisitivo, que les permite pagar cerca de los 150 mil pesos por una travesía de 18 días en un camarote estándar, y hasta medio millón de pesos por una suite con terraza privada y bañera de hidromasaje.
Antártida como destino del turismo internacional
La Antártida, que no es propiedad de nadie según el derecho internacional, deja a los profesionales del turismo, una de las únicas actividades económicas autorizadas en el continente, de un basta libertad para la autorregulación.
Firmado hace 60 años, el Tratado Antártico define al continente como una tierra de ciencia y paz y congela las reivindicaciones territoriales.
El tratado se ha complementado con varias herramientas, entre otras el Protocolo de Madrid sobre la Protección del Medioambiente en 1991, cuyo objetivo es minimizar la huella humana.
Por su parte, la industria turística creó en 1991 la IAATO, lanzada por siete operadores interesados en realizar expediciones turísticas al lugar.
La IAATO reúne actualmente casi todas las empresas del sector.