«¿Quién va a colgar la bandera en la rectoría?», preguntaron los líderes estudiantiles de la Universidad Autónoma de México (UNAM) a la militancia en plena lucha contra el rector Jorge Carpizo, quien promovía el cobro de matrículas en la entidad pública. Era enero de 1987.
De la muchedumbre salió una estudiante de Física de 24 años. «Yo», dijo, entre los cánticos de «¡huelga, huelga!»
La joven se subió al techo del emblemático edificio, puso el pendón e inauguró una nueva protesta contra el neoliberalismo que por entonces, en medio de una crisis económica, se afianzaba en México y empezaba a asomarse en la universidad más grande de América Latina.
Casi 40 años después, esa vehemente estudiante acaba de ganar las elecciones para la presidencia de México. Se llama Claudia Sheinbaum Pardo. Muchos mexicanos le dicen «Claudia», a secas. Tiene 61 años, dos hijos, una maestría y un doctorado. Fue alcaldesa de la CDMX. Y desde el 1 de octubre será la primera jefa de Estado en la historia del país.
«Siempre he sido así, muy aventada», le dijo sobre aquella protesta al periodista Arturo Cano, que en 2023 publicó una biografía. «Ya no tanto, ya tengo más responsabilidades», añadió Sheinbaum.
Su amiga, asesora y colega Diana Alarcón explica: «No es que haya dejado de ser rebelde. Es que cambió el lugar donde está, su posición en el movimiento, pero no cambió la convicción que asumió desde muy chiquita de luchar por la gente».
Ese lugar será ahora la presidencia de un país de 130 millones de habitantes con 36% de pobreza, una extensa frontera con Estados Unidos, una tasa alarmante de feminicidios y parcialmente sometido por el crimen organizado.
Un país que viene de ser gobernado por un hábil político que termina su mandato con 60% de aprobación, una economía estable y cierta sensación de optimismo entre las mayorías: Andrés Manuel López Obrador.
La popularidad de AMLO, como le conocen en México, explica parte de la holgura con que ganó Sheinbaum, que superó a Xóchilt Gálvez por más de 30 puntos porcentuales y será, probablemente, la candidata más votada de la historia, con más de 30 millones de votos.
Pero Sheinbaum, además de ser una pieza clave del proyecto obradorista, de la llamada Cuarta Transformación, es una rigurosa científica que ha aplicado sus laureadas investigaciones en exitosas políticas públicas.
De dónde viene
Sheinbaum nació el 24 de junio de 1962 en CDMX.
Su papá, Carlos Sheinbaum, era un empresario y químico cuyos padres, judíos asquenazí, llegaron de Lituania a México en 1920. Su mamá, Annie Pardo, es una bióloga y doctora cuyos padres, judíos sefardíes, llegaron de Bulgaria en 1940.
Ambos, hijos de judíos perseguidos. Ambos, militantes izquierda en la UNAM. Ambos, pioneros en sus labores científicas.
Pardo, de hecho, recibió en 2022 el Premio Nacional de Ciencia por sus aportes a la biología celular.
Claudia creció en Tlalpan, un barrio de clase media-alta del sur de la capital, entre canciones de protesta, reuniones con artistas internacionales y clases de ballet y bombo argentino.
Cuenta que desayunaba, almorzaba y cenaba hablando de política, y que iba con sus padres a la cárcel a visitar a sus amigos presos por la militancia.
Fue a un colegio laico, de expatriados, que promueve la autonomía de los estudiantes: el Manuel Bartolomé Cossío.
Y desarrolló una personalidad meticulosa, organizada, enérgica, que busca comprobar sus ideas antes de sacar conclusiones y da órdenes sin eufemismos ni rodeos. Se despierta todos los días a las 4 am.
Sheinbaum mantuvo un pie en la militancia, donde conoció a Carlos Ímaz, un político del izquierdista Partido de la Revolución Democrática (PDR) con el que se casó en 1987, y otro en la academia, donde hizo una maestría y un doctorado en Ingeniería Energética y Ambiental y firmó varias tesis, entre ellas una sobre el uso eficiente de estufas de leña en comunidades rurales.
En 1995, la familia se trasladó a California, donde él cursó un doctorado en Educación y ella terminó el suyo. Allí consolidaron el perfil cosmopolita, educado, de inglés fluido, en el que crecieron y en el que criaron a sus hijos, que hoy son cineasta y profesora de historia.
Se separaron en 2016 y siete años después Claudia se casó con Jesús María Tarriba, su novio de la universidad con quien se reencontró por Facebook, y que como ella es físico, de izquierda y está vinculado a la gestión pública: es funcionario del Banco de México.
«Es una mujer muy intensa, muy interesante, muy empática«, ha dicho Tarriba sobre ella.
El periódico de la Universidad de Stanford reportó en octubre de 1991 una protesta contra el neoliberalismo durante una visita del entonces presidente mexicano. Una de las líderes de la marcha, que está en la foto, es Claudia Sheinbaum.
Cómo entró en política
En las elecciones de 2000, el histórico PRI perdió las presidenciales por primera vez en más de 70 años y en CDMX ganó la alcaldía un militante de la izquierda venido de Tabasco, en el sur pobre del país, al que se le conocía por las siglas de sus dos nombres y dos apellidos.
Es ahí cuando AMLO y Sheinbaum se encuentran. Él, recién elegido, buscaba un perfil técnico para su secretaría de Ambiente y un amigo, profesor de matemáticas y militante de la UNAM, le recomendó a esta sofisticada física experta en Energía.
AMLO suele expresar que «importan más los encargos que los cargos», y a ella le encargó dos costales de peso pesado en tiempos de urbanización: limpiar una de las ciudades más contaminadas del mundo y construir el segundo piso de una enorme autopista.
Sheinbaum cumplió:hoy el aire de CDMX está menos sucio —aunque hay contaminación— y los segundos pisos del Periférico ayudan a atravesar la capital sin atascos.
Cuando terminó la alcaldía de AMLO, en 2005, Claudia volvió a la academia, hizo consultorías y parte de un equipo ganador del Nobel de Paz por su contribución al estudio del cambio climático.
Pero mantuvo, siempre, ese otro pie en la política: fue vocera de las campañas presidenciales fallidas de AMLO en 2006 y 2012, y en 2015 ganó la alcaldía de Tlalpan, la delegación de CDMX donde creció.
Tres años después, en las misma elecciones que AMLO ganó la presidencia, Sheinbaum conquistó la jefatura de gobierno de la colosal capital, siendo la primera mujer en lograrlo.
Su gestión estuvo marcada por la reducción parcial de la inseguridad, la proliferación de ciclovías y la construcción del metrocable más grande del mundo.
Pero nada más destacado que su manejo de la pandemia de covid-19, con la que se distanció AMLO: mientras él desestimó la peligrosidad del virus, ella prendió alarmas; mientras él no usaba tapabocas, ella sí, y además promovía su uso.
La capital mexicana tuvo una de las mayores tasas de vacunación a nivel internacional.
Pero con el ascenso, naturalmente, llegaron los señalamientos.
Durante el terremoto de 2017, por ejemplo, un colegio se derrumbó en Tlalpan dejando 17 niños muertos. La oposición y algunos de los familiares la culparon a ella por no cerrar el plantel cuando se reportaron fallas en su construcción.
Luego, en 2021, un accidente en la línea 12 del metro de CDMX dejó 27 muertos. La alcaldesa lanzó una investigación que demostró deficiencias en la construcción, entre 2014 y 2015, cuando la ciudad ya era gobernada por el obradorismo. La mandataria electa, una vez más, fue el blanco de los ataques.
Ahora, en la campaña, esos escándalos resurgieron, así como las acusaciones —no probadas— de plagio en sus tesis académicas, los episodios de «abuso de la fuerza» en la represión de protestas en la ciudad —algunas, de feministas—, los casos de presunta corrupción durante el gobierno de AMLO y la idea de que ella es una «peona», un «títere», del para algunos autoritario presidente.
«Dos veces en mi vida la pregunté por qué se sometía a esto tan duro de la política«, dice Alarcón, amiga de Sheinbaum desde los años 70: cuando se lanzó a la alcaldía de Tlaplan y cuando hizo lo propio en CDMX.
«Y en ambos casos me dijo lo mismo: ‘por responsabilidad, porque es lo que toca'».
Para una física reconocida en la academia internacional, que nació en una posición privilegiada de la sociedad, entrar a la política no parecía la decisión más cómoda, argumenta Alarcón, que es doctora en Economía.
«Pero por eso es que la gente ve que puede confiar en ella, que no va a robar, que hará lo mejor que puede; porque ella no busca el poder por el poder, sino porque tiene un sentido de responsabilidad frente a su sociedad», añade.
Cómo llega a la presidencia
A pesar de los escándalos, más del 60% de los chilangos aprobó la administración de Sheinbaum en CDMX.
Eso la colocó como la favorita para suceder a AMLO en la reñida contienda contra los pesos pesados de la izquierda —todos hombres— dentro de Morena, la coalición oficialista.
«AMLO, con el tiempo, aprendió a respetarla», afirma Jorge Zepeda Patterson, un periodista y comentarista político que los ha entrevistado y perfilado.
«Aprendió a considerarla la persona más apta para sucederlo; se dio cuenta de que es alguien que cumple con responsabilidad, que puede no ser política, pero que es tremenda administradora pública«.
El llamado «humanismo mexicano» que coloca a Sheinbaum y a AMLO, pese a sus diferencias, en el mismo movimiento propone una transformación del país tan relevante como la independencia, las reformas liberales del siglo XIX y la Revolución Mexicana. De ahí, precisamente, que le llamen la Cuarta Transformación.
El plan de gobierno de Sheinbaum contempla «100 pasos para la transformación«, entre los cuales está aumentar las becas universitarias y escolares, dar pensiones a mujeres dedicadas al cuidado, fortalecer sistemas médicos de diagnóstico y salud mental, construir cientos de miles de viviendas y llevar a rango constitucional la paridad salarial de género.
Mucho se ha especulado sobre cómo será la Sheinbaum presidenta: si tendrá «sello propio» —como prometió en campaña—, si AMLO le dará órdenes, si continuará el pragmatismo hacia EE.UU., si conseguirá atender las demandas de las mujeres y si logrará mantener controlados a los gobernadores, militares y políticos tradicionales.
«Lo que sí te puedo asegurar es que ella será ella», dice Alarcón, su amiga y asesora.
«En los 80 tocaba colgar la bandera en la rectoría de la UNAM y lo hizo, y ahora lo que toca es construir universidades y no tengo duda de que lo hará, siendo ella, siendo Claudia».