Lugares turísticos del Puerto de Veracruz: San Juan de Ulúa es el nombre de una pequeña isla de México en la que se ubica la antigua fortaleza y el otrora puerto (también del mismo nombre).
La construcción de la fortaleza fue planeada por los españoles al mando de Hernán Cortés el 22 de abril de 1519 en el contexto del descubrimiento de América y de los ataques piratas y corsarios de la época contra España.
El complejo e isla se hallan frente a las costas del golfo de México en la ciudad y puerto de Veracruz, en el estado mexicano del mismo nombre.
Su nombre original era Chalchicueyecan o Chalchichuecan. El 8 de abril de 1518 el capitán Juan de Grijalva, comandaba la segunda expedición de adelantamiento enviada desde la isla Fernandina (Cuba) por Diego Velázquez, Gobernador de esta isla y que había recibido título de adelantado para esta región. Como todos, este adelantamiento incluía el descubrimiento, la exploración, la viabilidad de fundación de nuevas poblaciones, la reducción de la barbarie cultural, la conquista y naturalmente la búsqueda de oro.
Grijalva, tras descubrir y explorar en Tierra Firme la desembocadura del río que los aborígenes
llamaban Río Tabasco nominó a esta región Tabasco y la expedición continuó por mar a lo largo de la costa hasta llegar a una isla que tenía casas de piedra y un templo. Continuó la expedición nuevamente hasta otra isla que los naturales llamaban Kulúa (Culúa). Grijalva, según la costumbre cultural y la política española de la época designada para América, añadió como nombre de pila el de San Juan al que ya tenía la isla, de lo que aquí resulta San Juan de Ulúa.
Antecedentes de la fortaleza
Situada frente al actual puerto de Veracruz, su origen está ligado a la fundación de la Villa Rica de la Vera Cruz.
Bajo las órdenes del tlatoani Moctezuma Xocoyotzin, el gran mayordomo huasteco Pínotl, el mayordomo de Mictlancuauhtla, de nombre Yaotzin, el mayordomo de Teuciniyocan, de nombre homónimo, y los guías Cuitlapíltoc y Téntitl se acercaron al barco de Grijalva con el pretexto de comerciar para conocer las intenciones de los recién llegados. Después de intercambios comerciales, los españoles prometieron volver.2
El 22 de abril de 1519, Hernán Cortés desembarcó en San Juan de Ulúa y el Domingo de Resurrección tuvo el primer contacto con el calpixque de Cuextlan, llamado Teudile, y con el sacerdote de Yohualichan. Se intercambiaron regalos como símbolo de muestras de paz con el objetivo de conocerse. Los indígenas querían enterarse de las intenciones de los conquistadores españoles, y por su parte Cortés quería saber de la existencia de oro.3 Frente a la isla se ubicaba un pequeño poblado, hacia el año de 1519, el cual se levantó con las tablas de los mismos navíos que habían naufragado o de barcos inutilizados después de recorrer el Atlántico por muchas ocasiones, lo que le valió el nombre de la «Ciudad de Tablas».
La isla sirvió primeramente de abrigo y muelle para los galeones que traían mercancías y viajeros de España a la recién conquistada isla. Desde la fundación de este puerto se supo que la navegación para llegar a él era difícil por los constantes nortes y huracanes. A pesar de esto, se consideró que era el mejor resguardo contra demás peligros naturales y los piratas, precisamente por el sistema de arrecifes que actúa como una barrera protectora. Hacia 1535 se inició la construcción de la fortaleza, sobre todo con piedra de coral del lugar, con el fin de proteger del fondo a las embarcaciones por el mal tiempo, pero principalmente y junto con el desaparecido sistema de murallas y baluartes de la ciudad de Veracruz, para proteger a este importantísimo puerto de los ataques de piratas, corsarios y filibusteros. Con el paso del tiempo, San Juan de Ulúa se convirtió en la fortaleza más formidable de su tiempo en esta parte del hemisferio.
El 23 de septiembre de 1568, sus muros fueron testigos de la batalla de San Juan de Ulúa en la que una armada de escolta, parte de la flota o Armada Española y a las órdenes del general Francisco Luján, batió a una flotilla de piratas corsarios ingleses bajo el mando de Francis Drake y John Hawkins.
Ya para comienzos del siglo XIX y al ser consumada la independencia mexicana del dominio de España en 1821, la fortaleza e isla se convirtieron en el último baluarte de la metrópoli por recuperar su antiguo dominio. La fortaleza capituló el 23 de noviembre de 1825.4 Durante este mismo siglo, en este lugar se defendió la soberanía de la nación mexicana y también se le dio otros usos diferentes al de su función original. Fue ocupada por el ejército francés en la Guerra de los pasteles en el año de 1838 y por las tropas estadounidenses durante la Invasión estadounidense llevada a cabo hacia 1847. Posteriormente fue transformada en prisión para políticos. San Juan de Ulúa también fue sede del poder ejecutivo federal en 1915, cuando el entonces presidente, Venustiano Carranza, decide utilizar el edificio como sede de su gobierno durante algunos días.
Actualmente es un museo, con excepción de uno de los baluartes, que está ocupado por la Armada de México.
Durante su época como prisión, San Juan de Ulúa se convirtió en uno de los lugares más temidos de su época en el país. Si bien ya se utilizaban algunas de sus instalaciones como penitenciaría en la época colonial, no fue sino hasta la segunda mitad del siglo XIX cuando se destinó el inmueble a este uso.
Diversos personajes de la historia de México estuvieron en sus celdas, entre los que se puede nombrar a Fray Servando Teresa de Mier y a Benito Juárez. El personaje más famoso que estuvo aquí fue Jesús Arriaga, popularmente conocido como Chucho el Roto, muy famoso durante el gobierno de Porfirio Díaz, sobre todo porque logró escapar más de una vez de sus muros.
Quizá la más famosa leyenda que se dice se suscitó en las celdas de la fortaleza fue la de La Mulata de Córdoba, quien, según la conseja, para escapar de la Inquisición pintó en los muros de su celda un barco que zarpaba hacia el horizonte, en el cual escapó.5
Condiciones en 1914
El lugar más asqueroso en Veracruz,6 aunque no tan evidente a los ojos del público, era la cárcel de San Juan de Ulúa. Durante varios días después de que el puerto había sido ocupado, los estadounidenses no hicieron ningún intento de tomar la fortaleza. Incongruentemente, la bandera mexicana era izada y arriada cada día por la guarnición de la fortaleza, esto con el cañonero Prairie anclado solamente a pocos metros de distancia. Después de tres días, sin embargo, un grupo de infantes de marina del North Dakota remó a la isla para hacerse cargo de la fortaleza. El comandante mexicano se rindió con agrado, pues poco les quedaba de comida. Sus hombres no tenían nada que comer, dijo, excepto sopa de frijol negro.
Por orden del comandante de los infantes de marina, abrió las grandes puertas de hierro del área de las celdas. Para los americanos, fue como si de repente un agujero se hubiera abierto hacia el Infierno de Dante. Varios cientos de hombres estaban acurrucados juntos, en una serie de celdas cavernosas, cada una de unos cuarenta pies [12 m] de largo y quince pies [4.5 m] de ancho. Los infantes de marina casi cayeron vencidos por el hedor y por los clamores maniáticos de los prisioneros. Los convictos estaban sucios y en harapos, pues cada hombre llevaba puesta la misma ropa que había traído con él. Muchos tenían malaria y tuberculosis crónicas; casi todos tenían diarrea crónica u otras enfermedades gastrointestinales. La condición de los presos políticos, los hombres que habían tratado de escapar del servicio militar, era bastante mala. Pero en otro agujero, en donde estaban encarcelados los presos criminales, era aún más grave. Los hombres en su interior estaban como animales. No había baños en ninguna de las celdas, o en el área de celdas, y toda la prisión estaba infestada por ratas, cucarachas, arañas, y pulgas.
Por órdenes del general Funston los presos políticos fueron puestos en libertad. Algunos regresaron a sus hogares en diversas partes de la república; otros, que temían represalias por parte del gobierno de Huerta, prefirieron permanecer en Veracruz. Sólo los presos comunes que, a juicio del gobierno militar, habían sido justamente condenados, fueron mantenidos en custodia, y éstos fueron trasladados a mejores y más sanitarias instalaciones en la cárcel de la ciudad.
La limpieza de la prisión fue un trabajo más prodigioso que la del mercado, y necesitó el trabajo de infantes de marina, marineros y prisioneros durante varias semanas. Las paredes y los pisos fueron raspados, se trataron con vapor, se lavaron con creolina, y se enjuagaron con mangueras de alta presión. Las plagas de bichos fueron exterminadas con vapores de azufre; en total, los estadounidenses quemaron 1,200 libras de azufre. Tan sucias estaban las mazmorras más profundas que los presos que trabajaban allí, haciendo las tareas más nocivas, trabajaron por turnos para no tener náuseas por los olores. Cuando los agentes sanitarios quedaron finalmente satisfechos con las condiciones de la cárcel, las celdas fueron selladas. La fortaleza fue utilizada posteriormente como cuartel de los infantes de marina y soldados.