Como “un nuevo género literario”, lo describió Octavio Paz; Nicanor Parra lo nominó al Premio Nobel de Lectura y José Emilio Pacheco lo señaló como el único escritor que la gente reconocía en la calle.
Comienza el homenaje nacional. Por lo menos de una semana. Una vuelta a la relectura de sus libros y citar sus discursos otra vez. Repetir sus frases célebres y componer nuevas semblanzas. Ojalá un recuento inolvidable para no olvidar que Carlos Monsiváis murió hace diez años. Y que ha llegado la hora. El momento de reconocer que el recuerdo de su vida y obra –aunque él no hubiera querido- ya rebasa lo institucional, quiere rozar lo mitológico y ascender a niveles de conmemoración heroica. Una exageración, hubiera dicho. Por su madre, bohemios, porque nunca tuvo intenciones de fama o de fortuna.
Intelectual de enorme trascendencia en la historia cultural de nuestro país durante el siglo XX, Carlos Monsiváis nació –como el mismo escribió- dentro de una “familia de la clase media, esencial, total y férvidamente protestante” en el barrio de La Merced en 1938. Hijo único de doña Esther, alguna vez aceptó la autodefinición de «niño solitario», aunque nunca por haberse sentido solo en el mundo porque tenía la compañía de sus libros, decía. “Bibliófilo empedernido” y “lector furibundo” fueron las únicas cualidades propias reconocidas públicamente por él. En entrevistas y conversatorios, durante toda su vida afirmó: “La lectura sigue siendo un acto profundamente personal. Y al estado y la sociedad les corresponde crear las condiciones para que quien lo desee tenga a su alcance las facilidades o las oportunidades para ejercer como lector, rango nada menospreciable de los placeres de la subjetividad. ¿Una conclusión? Tiré mi corazón al azar y me lo ganó la lectura”.
Egresado de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, alumno de Salvador Novo, alguna vez actor, siempre periodista, editor y polifacético escritor, Monsiváis también cedió a su fascinación por expresiones de la imagen y el sonido: su atracción por el cine, la caricatura, la música, todas las formas del espectáculo del México viejo, moderno y contemporáneo y claro, todos los iconos asociados a su concepción de la vida académica, social, cultural y política. Nada de lo mexicano le era ajeno. (Lo mismo Alfonso Reyes que Pedro Infante, su conocimiento de la poesía decimonónica tan amplia como la del bolero y tan grande su gusto por el mambo como el que tenía por Amado Nervo).
La lectura, pues, hizo a Monsiváis- como dice el clásico, contemporáneo de todos los hombres y ciudadano de todos los países, aunque muy pronto fue evidente que de todos los países preferiría escribir del suyo y no podía ser más que un ciudadano de su ciudad natal. Por eso se convirtió en su mejor cronista. “Hablar de la ciudad de México es una tarea infinita –escribió- advierto que la crónica de la ciudad de México es un hecho, una empresa imposible porque ni siquiera si uno se reduce a su modesta recámara acaba haciendo una crónica eficaz, siempre faltarán datos, siempre faltará el nivel de relación con el aparato encendido, siempre faltará una crónica de teléfono; entonces, si es tan difícil hacer la crónica de la recámara, me imagino lo que es la crónica de una ciudad de 14, 20 o 22 millones de personas, nunca sabremos cuántos somos y este misterio estadístico no es uno de los menores encantos de una ciudad que apabulla y que ciertamente ya tocó su techo histórico”. Y efectivamente: con o sin techo histórico, la producción de Monsiváis sobre la Ciudad de México no se detuvo nunca.
Le dijeron de todo. Quizá por pura envidia. Para compensar sus millones de palabras, miles de artículos, cientos de temas favoritos, incontables datos, fichas bibliográficas, historias frívolas, hechos importantes, fechas precisas y la puntual presentación de los asuntos más profundos. “Mr. Memory”, dicen que fue el nombre que le inventó Sergio Pitol a Carlos Monsiváis, por tener memoria de elefante. Como “un nuevo género literario”, lo describió Octavio Paz¸ el “maestro de ceremonias de la gran comedia nacional”, dijo de él Adolfo Castañón; “el Juan Gabriel de la cultura”, dijeron los agobiados; cierto público lector dio en llamarlo “El prologuista de México”, en un intento de describir el hecho de que el nombre de Monsiváis, durante mucho tiempo, aparecía no sólo en todas las publicaciones periódicas y no periódicas, sino también al principio de cada libro interesante que se publicaba. Sin embargo, Nicanor Parra juró que se merecía estar nominado a un premio que no existía, el Premio Nobel de la Lectura, y José Emilio Pacheco lo describió como el único escritor que la gente reconocía en la calle. También dijo que con él había visto en la literatura el mundo al que ambos pertenecían.
La posición política de Carlos Monsiváis, su perspectiva crítica, su desacato al autoritarismo, al orden establecido y al conservadurismo, fueron temas difíciles de tratar durante mucho tiempo por una importante parte de la intelectualidad mexicana y cultivó también muchos detractores.
Sin embargo, lector querido, bien valdría unirse al homenaje a Carlos Monsiváis leyendo alguno de sus libros o recordando una de sus más célebres frases: “Si eres creativamente responsable o eres imaginativo o tienes valor civil, aún es posible vivir como te da tu gana. Y yo siempre he vivido como me ha dado la gana”.
Fuente El Economista