El Citlaltépetl o “Cerro de la Estrella” es la mayor elevación del país con 5670 msnm y es la tercera cumbre de Norteamérica, sólo después del Monte McKinley en Alaska y el Monte Logan en Canadá.
Se trata de un volcán extinto de nieves perpetuas, centinela del Eje Neovolcánico Transversal y de las 19.600 hectáreas del “Parque Nacional Pico de Orizaba”. El Pico de Orizaba, en el estado de Veracruz, es uno de los destinos de mayor belleza, diversidad y microclimas del hemisferio norte del planeta.
Tlachicuca no sólo es la última posibilidad para abastecerse de víveres, sino que es el punto de partida de los vehículos cuatro por cuatro que se contratan para sortear la severa terracería que conduce hasta la base del volcán. Dos horas nos conducen hasta el albergue alpino Piedra Grande, a 4600 msnm, donde inicia el ascenso por la cara norte.
Hay al menos dos modalidades para subir el Pico de Orizaba. La primera, estilo alpino, implica un ascenso hasta la cumbre y el regreso en un mismo día; la segunda, implica cargar tiendas, más equipo y víveres, con el propósito de montar un campamento de altura y hacer cumbre en dos días. “Los Nidos”, un relieve justo al borde de la zona donde inician las rampas de hielo, ideal para pernoctar, y donde se montan los campamentos.
Antes de llegar al Hombro, punto de inicio del glaciar, está repleta de declives, cascadas de roca y hielo que harían de cualquier resbalón, un episodio de consecuencias serias.
Con el amanecer llegamos se ve el glaciar de Jamapa. El sol dibuja sus primeros trazos en el horizonte mientras la luna y dos estrellas se esfuerzan por permanecer a oscuras. El hielo es bueno, suave y firme a la vez. Siguiendo banderines se llega a la cumbre por una fuerte pendiente. El Pico dibuja su sombra imponente sobre el valle; imagen de postal.
Subir al Pico de Orizaba es una interesante prueba de paciencia, concentración y dedicación, pues la cuesta en ocasiones rebasa los sesenta grados, haciendo que el corazón amenace con estallar.
El paisaje es vasto en todas direcciones, tanto que uno enmudece al poder incluso apreciar ligeramente la curvatura de la tierra.
La vista hacia los valles de Tlaxcala y Puebla y hacia la selva veracruzana es muy gratificante. Así, envueltos en semejante esplendor escénico, transcurre el descenso hasta “Piedra Grande” , final de una jornada alpina.