“Cuando supimos del avance de los talibanes, en la universidad borramos todos los archivos, expedientes de los estudiantes, exalumnos, personal académico y administrativo. Quemamos los documentos en papel y destruimos tanto las computadoras como los servidores para evitar que cayeran en manos de los fundamentalistas. Dimos de baja todas las plataformas digitales administrativas y pedagógicas. Borramos las redes sociales y cuentas de correo electrónico para evitar haqueos”, cuenta a Proceso Roberto Jaramillo Jacobo, el primer profesor mexicano de la Universidad Americana (UA) en Kabul, Afganistán. El angustiado docente exhorta a crear operaciones de rescate para sus alumnos, pues en caso de ser localizados por los talibanes, serán ejecutados.
“Todo el que haya trabajado, colaborado o estudiado con occidentales, será eliminado”, afirma tajante. “Mis alumnos están escondidos y son un símbolo de lo que atenta contra los valores de los fundamentalistas, como las mujeres universitarias”. El docente, especializado en multiculturalidad, sin dar mayores detalles comparte que él y otros profesores están haciendo hasta lo imposible por sacar a sus alumnos y sus familias de Afganistán. “Tenemos que ser muy discretos, el rescate no puede ser masivo. Tuve que dar de baja mis redes sociales para mantener en secreto el nombre de mis estudiantes; no usamos mensajes de texto ni de audio. Los talibanes no sólo se fortalecieron con armamento, sino que también consiguieron la tecnología para rastrear y espiar a sus objetivos militares”. El maestro en relaciones internacionales por el Tecnológico de Monterrey, campus Chihuahua, con dos posgrados, señala que con la llegada de los talibanes al poder las mujeres profesionistas, académicas, doctoras, abogadas, activistas y periodistas tuvieron que esconderse, pues ellas representan todo lo que los fanáticos religiosos aborrecen y quieren eliminar. “Me duele mucho que a algunas de mis alumnas sus maridos no les hayan dado permiso de abandonar el país”, lamenta.
Con la toma de Kabul la gente empacó lo que pudo y corrió al aeropuerto. Los talibanes van de casa en casa buscando a los funcionarios del viejo régimen, matándolos con todo y familia, y saqueando las viviendas. En la provincia se llevan a las mujeres como botín de guerra, denuncia a Proceso Nabila, una joven estudiante de relaciones internacionales que está escondida.
Oficialmente sólo se permite abordar un avión a quienes tienen sus papeles en regla, pero las masas abarrotaron el aeropuerto a pesar de que los caminos que llevan a él están bloqueados por los talibanes. Ellos destruyeron los archivos y las máquinas con las que se emitían pasaportes. Además advirtieron que no dejarían partir a ningún afgano. “Los necesitamos”, afirmó tajante el vocero Suhail Shaheen y advirtió que a partir del 1 de septiembre el país quedará sellado. “No habrá prórroga para la evacuación”. El atentado con coche-bomba del 26 de agosto sólo empeoró el horror.
Jaramillo Jacobo, quien ha sido profesor universitario en siete países, señala que la única manera de salir de Afganistán es por aire. “Algunos de mis alumnos lograron abordar uno de los aviones que los llevó a Catar y de ahí, no sé si irán a un tercer país”.
Y exhorta: “Pido que México siga ayudando a los afganos; que manden al avión presidencial a Kabul y que a los refugiados que vengan se les dé una beca completa que les permita una vida digna y seguir estudiando. Lo más importante ahora es salvar vidas y esto sólo se logrará con la coordinación de gobiernos e instituciones”.
La burbuja en Kabul
La UA en Afganistán fue fundada por las agencias estadunidenses de cooperación, con la misión de formar a los futuros líderes, según su ahora extinta página web. Era la única universidad privada sin ánimo de lucro, no partidaria y mixta. Los altos muros daban seguridad a estudiantes y maestros, pues nadie podía ver cómo era la vida en el campus. Las mujeres podían vestirse a la manera occidental y decir lo que pensaban.
El primer y único docente mexicano allá recuerda: “La Universidad Americana en Kabul recibió alumnos de todos los orígenes, etnias, provincias y de todos los niveles socioeconómicos”.
El experto en temas de multiculturalidad explica que dicha institución fue creada para los afganos y todo el personal docente era extranjero. “Durante el tiempo que laboré allá fui testigo de la apremiante situación económica de mis alumnos. Algunos provenían de clases acomodadas, pero eran los menos, en tanto que la mayoría hacía un esfuerzo extraordinario para estudiar. Los estudiantes de la UA recibían una beca de tiempo completo que les permitía subsistir y aprender”.
El maestro, nacido en Chihuahua, explica que en Afganistán la mayor parte de los alumnos no tiene acceso a electricidad y mucho menos a internet. “Los apagones a veces duraban semanas y los talibanes los provocaban en las ciudades para boicotear las clases en línea”, apunta y agrega: “En las zonas rurales del país la situación es inenarrable”.
Los talibanes hicieron una lista negra con los nombres de los que fueron partidarios de Estados Unidos, trabajaron para el gobierno proestadunidense de la República Islámica de Afganistán y para empresas occidentales. Los están buscando casa por casa, y si no encuentran a quien buscan, matan a sus familiares, como sucedió con el periodista de la agencia alemana Deutsche Welle.
La vida en el campus, un oasis
El maestro relata que la UA en Kabul tuvo dos campus: el Oeste y el Internacional, ambos muy cercanos al palacio de gobierno. “Nuestra alma mater tenía todas las facilidades, como aulas, equipos de cómputo, auditorios, salas de usos múltiples, dormitorios para hombres y para mujeres, así como una residencia para profesores extranjeros. También había oficinas, centros de idiomas, de entrenamiento y capacitación para público en general. Había infinidad de opciones de recreación y deporte para las y los estudiantes; sin embargo era una burbuja”.
El contraste con la calle, recuerda, era impresionante. En la ciudad no había ni una sola mujer. La tradición manda que ellas estén encerradas en la casa, obedeciendo, sin acceso a la educación y cubiertas de pies a cabeza, sin mostrar un centímetro de piel.
La ciudad universitaria en Kabul, como cualquier institución extranjera, era un blanco típico para los fundamentalistas islámicos, no sólo de los talibanes.
El 24 de agosto de 2016 hubo un ataque armado a la UA en el que murieron 12 personas y 35 más resultaron heridas. En noviembre de 2020 miembros del Estado Islámico (EI) bañaron de plomo a los asistentes a la Feria del Libro que se celebraba en el campus. El saldo fue de 19 muertos. Poco antes, el 24 de octubre de 2020, hubo otro ataque a un centro de estudios chiitas donde el EI le arrebató la vida a 24 estudiantes.
Choque cultural
Jaramillo fue profesor invitado en China, India y Corea del Sur. Llegó a Afganistán en 2019. “Tuve pesadillas previas al viaje; me imaginaba lo peor y me afectaban los comentarios pasivo-agresivos que me hicieron mis conocidos en México antes de mi partida. El primer encuentro con los afganos implicó un choque cultural muy fuerte, a pesar de que ellos y nosotros tenemos valores familiares y religiosos muy similares. Los mexicanos y los afganos nos parecemos en lo físico. La relación de cercanía y respeto con mis alumnos ha sido crucial”, sostiene el educador y agrega con cierta nostalgia que en los dos años que estuvo en Afganistán se sintió muy contento, muy pleno. “Ahora siento la urgencia y responsabilidad de salvar a mis alumnos”.
El académico, estudioso de las semejanzas y diferencias culturales entre Oriente y Occidente, explica a Proceso que entre los propios afganos también hay brechas culturales, sobre todo entre las tribus.
“Si perteneces a una, eso te pone en una situación muy diferente a la de los demás. Te tratarán bien o mal según tu origen y tu apellido, por eso me entusiasmó como maestro poder cambiar para bien las expectativas y los horizontes de mis alumnos, en especial el de las mujeres”, afirma.
Según los despachos de la prensa internacional, los talibanes anunciaron que las mujeres participarían de la vida cotidiana bajo las reglas del Islam. De hecho, hicieron una campaña en redes sociales para presentarse como modernos y moderados.
Jaramillo señala: “El varón siempre es privilegiado en cualquier sociedad y ejerce sobre las mujeres discriminación y violencia. Ya antes de la retirada de las tropas norteamericanas las mujeres eran acosadas física y sexualmente en las calles afganas. Y no hay quien las proteja ni las defienda. Incluso en el campus universitario hubo casos de bullying y golpizas a aquellas estudiantes que andaban con la cara o el cabello descubiertos, y eso que la universidad tenía la finalidad de educar bajo los principios de respeto a los derechos humanos, inclusión y empoderamiento de mujeres”.
El especialista señala que sus estudiantes pertenecen a una generación que nació en medio del conflicto. “Ellos han sido violentados y amedrentados toda su vida con la paranoia de la guerra, son muy pasionales; a veces se deprimen y pueden ser muy violentos. Aun así, son los mejores estudiantes que he tenido, por su hambre de aprender”, y concluye que hay que conocer a los afganos sin juzgarlos, sin los estereotipos que difunde la prensa amarillista.
Jaramillo vino a México por cuestiones de salud y el día que debía regresar a Kabul, ésta fue tomada por los talibanes.