El 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, no constituye una ocasión para felicitar a las mujeres de manera similar a un cumpleaños o el Día de la Madre. Su origen está arraigado en la lucha por la igualdad de derechos y oportunidades entre hombres y mujeres. A pesar de los avances alcanzados, persiste un extenso camino por recorrer. En consecuencia, este día no se limita a expresiones de felicitación, sino que se erige como un espacio para la reflexión y la acción.
El origen del 8M se vincula con las reivindicaciones de las mujeres trabajadoras a fines del siglo XIX y principios del XX. Su búsqueda de condiciones laborales justas y derechos fundamentales, como el voto, marcó un hito en la historia.
Aunque las felicitaciones son un gesto amable, no deben ocupar el centro del 8M. Reducir esta fecha a una simple celebración desmerece la lucha por la igualdad de género y oculta las desigualdades que aún subsisten.
Felicitar a las mujeres durante el 8M desvirtúa el significado histórico, relegando las luchas y reivindicaciones de las mujeres a lo largo del tiempo. Minimiza las desigualdades persistentes, pasando por alto la violencia de género, la brecha salarial, la discriminación laboral y otros problemas que todavía afectan a las mujeres. Además, promueve la superficialidad al convertirse en un gesto vacío que no genera cambios reales en la sociedad.