Callejón de Lourdes
Por décadas las historias que nos cuentan sobre acontecimientos en la ciudad han perdido esencia debido a que con el paso del tiempo algunos detalles se van perdiendo, ya que las principales características de las leyendas es que se van contando de generación en generación.
Cuando Córdoba aún era una villa surgió la historia del perro del Callejón de Lourdes cuando vivió un verdugo a quien por su ferocidad llamaban “El Ogro”, pues corrían los rumores de que además de quemar vivos a los indios y marcarlos con hierros candentes como si fueran animales tenía la bárbara costumbre de “aperrearlos”; para lo cual utilizaba mastines que perseguían a los esclavos quienes empavorecidos se refugiaban en las selvas vírgenes donde casi siempre eran destrozados.
Por el año 1530 uno de aquellos perros de “El Ogro” se convirtió en un horrible demonio y después de destrozar entre sus filosos colmillos al hombre echando lumbre por los ojos se llevó su alma al fondo de los bosques donde lo perseguía sin descanso.
Ya siendo conocido como el Callejón de Lourdes cuenta la leyenda que a finales de 1870 vino a vivir al Callejón una mujer que se creía era hechicera, en el barrio era conocida como la comadre Tuza. Con el tiempo trajo la mujer a su casa a una hermosa niña de ocho años que decía era su hijastra y a quien vestida de harapos obligaba a pedir limosna.
Había una distinguida dama muy piadosa en el mismo barrio que daba caridad a los necesitados. Un día, la niña que con frecuencia la visitaba contó llorando que hacía varias noches que se despertaba al oír voces y carcajadas en la habitación en la que la madrastra dormía y cuando se asomó para ver qué sucedía, se dio cuenta que el oscuro cuarto sólo estaba la comadre Tuza y un enorme perro negro que parecía tener los ojos de lumbre.
La señora al principio no hizo caso del inocente relato, pero la llevó a la capilla del Convento y rezándole a Nuestra Señora de Lourdes colocó una medallita a la niña rogándole que siempre la llevara consigo.
Cuando la muchachita llegó a la casa de la vieja, ésta le ordenó que fuera por al agua al río amenazándola con matarla a palos si no obedecía.
Temblando de miedo llegó la niña hasta la orilla del río y a su regreso sintió que la seguían, creyó oír voces que la llamaban por su nombre. Abandonando el cántaro echó a correr rumbo a la casa, y al dejar la vereda que desembocaba en el oscuro callejón vio entre las sombras al enorme perro y a la vieja que se abalanzaban sobre ella llenos de odio.
Ya la mujer la había tomado de los brazos para que el perro la destrozara cuando la camisa de la niña, que hacía grandes esfuerzos por soltarse se desabrochó dejando ver la medalla bendita que brilló como un rayo de luz.
Cuando vecinos corrieron a ver qué sucedía levantaron del suelo a la muchachita que se había desmayado; en el oscuro callejón alumbrado por la luz de la Luna no vieron más que a una niña muy hermosa vestida de harapos, que apretaba contra su corazón una medalla de nuestra Señora de Lourdes, y junto a ella dos enormes montones de encendido carbón donde la lumbre se fue apagando poco a poco.