Quizá la bruja más enigmática durante los juicios de Salem es Tituba. Una mujer a la que se le atribuyó hacer el primer pacto con el diablo en el continente, así lo dijo: “A mí decir que era Dios y debía creerle y servirle por seis años y él me daría muchas cosas buenas”, incluso más adelante confesó que aquel hombre le dio un papel para que lo firmara con sangre. Junto con ella, Sarah Good, Dorothy Good (su hija de cinco años), y Sarah Osborn fueron enjuiciadas por practicar brujería. De acuerdo con Stacy Schiff en Las brujas: Sospecha, traición e histeria en Salem 1692. Ese año se enjuiciaron entre 144 y 185 personas que practicaban brujería, la mayoría eran mujeres. Lamentablemente la historia de Tituba es casi un misterio, por haber sido esclava contamos con pocos registros. A partir de su testimonio durante los juicios de Salem, Maryse Condé, a través de la literatura, trata de completar su historia en su libro Yo, Tituba, la Bruja Negra de Salem.
La sociedad en esa época tenía sed de entretenimiento, los chismes de vecindad ya no les satisfacían. “La brujería era ominosa, una favorita de los puritanos…En la escala de las humillaciones ministeriales, una invasión diabólica era al menos más emocionante que el nacimiento bastardo de un nieto”, nos dice Stacy Schiff. Para entretenerse, las personas empezaron a denunciar que su tía, prima, hermana, cualquier familiar o vecino con quien tuvieran un problema practicaba brujería. Lo que se consideraba brujería podía incluir casi cualquier cosa. Ya fuera tener lunares en ciertas partes del cuerpo, ser seguida por animales de color negro, tener bálsamos o una rueca (algo muy común durante la época colonial), e incluso estar de mal humor con el marido.
Además del aburrimiento, las precarias condiciones en las que niños y mujeres vivían producían que estos enfermaran física y mentalmente. Durante la Colonia, un niño tenía la obligación de trabajar en el campo, incluso los más pequeños debían sembrar apenas aprendieran a caminar. La obligación de las niñas era aprender a producir lino y cocer la mayor parte del tiempo. Tanto niños como niñas debían ser instruidos en la religión cristiana. Y cuando no cumplían con algún deber padres y maestros tenían el derecho de golpearlos para que aprendieran a ser humildes. Así lo documenta Alice Morse Earle en Child life in Colonial Days. Las mujeres por su parte, además de ser siempre productivas en casa, sufrían violencia doméstica por parte de sus esposos, en ese tiempo la mujer era vista como un objeto que servía para la satisfacción del hombre. Y los hijos que tenían, en su mayoría, eran producto de violaciones.
Este mundo es en el que vivó Tituba. Su historia comienza con la violación de su madre, más adelante es criada por Man Yaya, una bruja que le enseña a curar con las plantas y a hablar con los muertos. Desde que la conoce, Tituba se da cuenta de la mala fama que su madre adoptiva tiene entre los aldeanos. Sin embargo, como pasa con las historias de las brujas, el pueblo recurre a ellas porque sus remedios además de curarlos, les salen más baratos; y cuando quieren hablar con uno de sus muertos para pedir consejo ella es la única que puede hacerlo. Cuando se convierte en la esclava de los Parris, Tituba usa sus saberes sobre las plantas para curar a sus amos.
Más adelante, en el libro de Condé, vemos el interrogatorio que se le practicó a Tituba durante su juicio. Del cual sabemos que fue tan impactante, que quienes lo presenciaron nunca cabecearon.
Más adelante, en el libro de Condé, vemos el interrogatorio que se le practicó a Tituba
durante su juicio. Del cual sabemos que fue tan impactante, que quienes lo presenciaron
nunca cabecearon.
—¿Has visto alguna vez al demonio?
—El demonio vino a verme y me ordenó que le sirviera…
—¿A quién viste?
—Vino un hombre y me dio la orden de servirle.
—¿De qué manera?
—Torturando a las niñas y, la última noche, una aparición me pidió que matara a las
chiquillas y que si no obedecía me harían aún más daño.
—¿Cómo era esta aparición?
—A veces era un becerro y a veces un gran perro.
—¿Qué te decía?
—El perro negro me decía que debía servirle y le respondía que tenía miedo, y entonces
añadió que si no le obedecía me haría aún más daño.
—¿Qué le contestaste?
—Que no le serviría más y entonces me dijo que me haría daño y parecía un hombre y me
amenazó con hacerme daño. Y ese hombre llevaba consigo un pájaro amarillo y me decía
que si le obedecía me daría muchas más cosas bonitas.
Más adelante se descubriría que aquel hombre en realidad era Samuel Parris, su amo, quien
en algún punto amenazó a Tituba con decapitarla si no testificaba como se lo ordenaba.
Aunque Tituba no fue condenada, solamente aprisionada en una cárcel insalubre, otras
mujeres fueron colgadas por el simple entretenimiento del pueblo.
La recuperación de Tituba se la debemos a la académica Maryse Condé, quien murió este
año un par de meses luego de haber cumplido 90 años.